En contadas ocasiones aparece por clase algún intrépido ignorante en forma de humanoide que no sabe de donde viene y menos aun a donde va.
Si saluda como si fuese mi amigo de toda la vida y quiere probar a ver qué es eso de la Eskrima, desconfío. Suele ser el típico sabelotodo que suelta aquello de: «esto es Kali«, o peor aun, la catetada de «préstame unos Kalis», refiriéndose a los palos.
Si viene contándome su curriculum, cuando entre otras cosas no tiene ni la mitad de años que yo, es imposible que me lo tome en serio. A esas alturas, que no se me escape algún varazo «instruccional», va a ser complicado.
Ególatras.
En Eskrima la «ignorancia ególatra» duele.
Hace años yo era más paciente, advertía con más insistencia. Con la edad me he calmado en la intensidad, pero no en las formas. Es decir, ya no me queda tiempo para perder escuchando gilipolleces dantescas. Ahora suelo sonreir más (quizás por cinismo).
En ocasiones me hago con un arma acolchada para no hacer demasiado daño a la hora de mostrar mi Eskrima. En realidad creo que golpeo más duro (inconscientemente).
De broma digo eso de: «no soy yo, son mis armas«. He de confesar que ver la cara de sorpresa de estos personajes ante la «golpiza» me congratula.
La mayoría no regresa tras haber sufrido mi «dislexia marcial», qué le vamos a hacer, es uno de mis filtros.
Podéis imaginar lo que me encanta escuchar la frase:
«Yo sé defenderme contra armas», me recuerda a mi más tierna infancia cuando jugaba a que podía defenderme y someter a cualquier ser humano con o sin armas.
Colaboradores.
Es evidente que las artes marciales se han viciado irremediablemente hacia el absurdo. El atacante se ha convertido en un «colaborador escenográfico» para que todo salga según lo previsto y así la estética reluzca sobre la violencia.
Si te crees capaz de defenderte contra un arma, si te han enseñado técnicas muy elaboradas, si no te han dicho lo peligroso que es jugar a ser un héroe de pacotilla, es hora de análisis.
Si quieres aprender algo, no olvides prestar atención a cómo han estado atacándote durante la práctica. La gran mayoría de estilos ponen el foco en quien se defiende, no en quien ataca (que suele ser un robot inamovible sin ejercer contra alguna).
Recuerda que en la vida real no hay colaboración, no hay estructuras, no hay ataques premeditados, no hay nada que se organice para que salgamos triunfantes. Es justo al revés, todo ocurrirá para que seamos víctimas de nuestros miedos.
Caos.
El caos hará acto de presencia y dependerá de nuestra madurez el poder gestionarlo. La intención de un ataque real es dañarte y si es con armas, quitarte la vida.
Así será si no pones remedio. La clave está en simplificar tu arsenal técnico poniendo a prueba lo que aprendes. Pon ciencia en tu práctica.
Decía Lao Tse:
«Saber que no se sabe, es humildad. Pensar que se sabe lo que no se sabe, es enfermedad.»
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