Esta es una entrada que llevo gestando mucho tiempo, influido quizás por la voraz lectura de las aventuras del Capitán Diego Alatriste (Arturo Perez-Reverte) y la añoranza de un tiempo no vivido pero sí soñado. La entrada intuyo que se dividirá en más de una parte. Es una historia apasionante y que considero indispensable para todo el que un día decidió rescatar desde la Eskrima una destreza vieja y olvidada. Este es el tributo a esta época de parte de Orihinal Eskrima.
La historia de nuestra patria (término que parece estar impregnado por la vergüenza de los herederos del olvido) es una asignatura pendiente que la mayoría de nosotros tenemos con nuestras raíces. No fue precisamente oro lo que brilló en aquella época (el expolio de las Américas le restaba esplendor) sino acero de espadas desenvainadas por honor y genialidad en forma de bellas y punzantes palabras. La decadencia instaurada, propia de aquella época (y que aun hoy día parece acompañarnos), siempre mostró esa otra cara de la moneda, acuñada por la necesidad, en la que el arte encontró cauces por los que fluir con el ingenio característico de la supervivencia a toda costa.
Desde la perspectiva de la memoria histórica y sabiendo la realidad atroz de lo que supuso aquellas conquistas, la historia (lejana pero no olvidada) siempre tiene varias versiones, dice el mismo PÉREZ-REVERTE:
«Sin duda, desde el principio, la Historia ha sido manipulada por unos y otros. Nada escapa a eso. De ahí que sea importante no tragarse una fuente a palo seco, sino abrir el abanico, leer mucho, comparar y oponer autores diversos. Diferentes puntos de vista. Nada hay menos digno de confianza ni más peligroso que quien lee un solo libro. Leer muchos otorga lucidez crítica, fundamental a la hora de moverse por el impreciso paisaje de la memoria y de la vida. Ayuda a extraer lecciones, digerir contenidos, detectar manipuladores. Y también a detectar imbéciles».
Las letras y la cultura (en general) estaban íntimamente ligadas al saber de la espada y la daga. En ello andamos, en recordar que si no eres capaz de defender la propia vida con la destreza propia que imprimen el uso de las armas, de nada sirven las conspiraciones de salón, el proclamar una paz ficticia (que tan sólo beneficia a unos pocos) y la miopía del buenismo ilustrado.
Cuando me preguntan y digo que mi arte es la Eskrima (sinónimo de Armas), los incrédulos sabelotodo me miran con cara de extrañados, como si tuvieran delante a un frikie anacrónico (lo cual es totalmente cierto). Entienden que esto de la lucha, a estas alturas de la película, debe ser un hobbie de manos vacías y jóvenes violentos. Por desgracia las normas y reglas «modernas» a seguir han calado tan profundo en este mundillo que se han olvidado las raíces originales de estas artes nobles, aquellas que permiten preservar la vida.
El mundo ha cambiado mucho y no tanto. Hubo antaño personas que representan a la perfección un talante desaparecido, muy en la línea de lo que suelo proponer en Fightlosophy: el de hombres cultos que danzaban al son de la espada y la daga. Escritores de renombre y «aguerridos guerreros» (unos más que otros) a los que pretendo rendir tributo con esta entrada:
Francisco de Quevedo (1580-1645).
Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575).
Félix Lope de Vega (1562-1635).
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681).
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616).
Francisco de Aldana (1537-1575).
Garcilaso de la Vega (1498-1536).

Don Diego Alatriste … Capitán honorífico de los viejos Tercios de Flandes.
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